Privada De Horacio No. 10.
Apenas comenzaba a vivirse el siglo XXI ‘Los pandas” felices correteaban en las instalaciones de radio fórmula; la calle de privada de Horacio se convertía en caldo de cultivo, donde diferentes personajes se estrechaban las manos: Humberto Cantú, “El pícaro soñador”, y su cátedra rocanrolera; Antonio “El Panda Zambrano” mañana y noche buscaba la broma de cada día; Jaime Núñez con sus concursos alegraba la audiencia; desde lejos el grito de ¡Mamiiiiiiiiiiii! Llegaba en la voz de Juan Ramón Sáenz con su salsa brava (q.e.p.d). “Tirantitos y Doña Byby” le ponían sabor al comentario y llegada la noche más bromas del cuadrúpedo panda; mas salsa y a las 22:00 hrs. La “Mano peluda” aquel programa que llegó a apagar la televisión en la ciudad de México y para cerrar Álex López “el tremendo loquillo” con sus madrugadas locas.
Que tiempos “Don Jelipe” cuando se amarraba a los perros con chorizo y no se lo tragaban. Todo en su sitio, hasta parecía que nada se movería, un vaivén cadencioso y perfecto; sentía que permaneceríamos como rocas de pirámide prehispánica: para toda la vida. Escritorios y oficinas adquirían nuestra esencia, se llenaban de pequeñas cosas que nos hacía parecer a nuera recién llegada a la casa de la familia del cónyuge; el cariño por “Formulita la bella” se extendía como verdolaga, por las venas comenzó a fluir la sangre azul característica de la casa.
Una noche cualquiera al salir de la tan añorada calle de privada de Horacio, o como se decía: “Salí del 10; voy para el 10; Estoy en el 10”. A las 21;00 de aquella noche terminamos la jornada con nuestros órganos llenos de bien estar; de esa magia que solo te da el estar en el lugar correcto, a la hora correcta y con gente que para ese entonces ya era la correcta, es decir, una gozadera indescriptible.
A esa hora al caminar por la acera nos encontramos al siguiente equipo encargado de la exitosa “Mano Peluda”, Juan Ramón Sáenz y el Doctor Zoham; de nuestro lado y casi de la mano: Panda, Celes, y un servidor. Al encontrarnos vino el saludo, y el doctor Zoham algo percibió en ese reducido ambiente, una mala vibra, algo que le incomodaba y que provenía de alguno de nosotros. Su mirada escudriñaba los objetos que cargábamos.
Los audífonos del panda, ¡no! Los compactos que se alojaban bajo mi axila, tampoco; ¡de pronto el Doctor! inmóvil fijó su mirada a un oso que descansaba en las manos de Celestino, recién cumpleañero que había sido agasajado por sus fieles radioescuchas la tarde previa y le dieron su cuelga, dejándole un oso de peluche amarillo. El Doc. Zoham amablemente sugirió revisar el muñeco de peluche, Acto seguido el Doc. Sacó de entre sus cosas un péndulo y lo colocó frente al oso y el instrumento comenzó el vaivén frente al mono relleno de trapo.
Las palabras del Doc. Zoham, las recuerdo perfectamente “ ¡Quien te dio ese oso, cuando y como te lo dieron! ” Preguntas concretas al compañero Celestino. El especialista de la Mano Peluda asombrado y desencajado argumentó: ¿tienes problema si abrimos el oso con una navaja? Presiento algo.
A pesar de que el regalo fue aceptado y fue muy bien aceptado por el compañero, quien convencido de la amistad de su correligionaria conservaría el mono maldito. Celestino autorizó la autopsia a su bonito regalo.
La filosa navaja entró hasta las entrañas de winie poo y la sorpresa no tardó en darse a conocer entre el comité reunido en la banqueta: al interior del oso se encontró un horroroso muñeco muy bien detallado: cabeza, ojos, manos y cubierto con decenas de alfileres clavados por todo el cuerpo del inerte hombrecito de trapo.
¡Yo lo vi a mí nadie me lo dijo!